Ficha Técnica:
Nombre: Casa Tino
Atención al cliente: * * * Del beletén
Comida: * Caca de la vaca
Precio: * Caciquil
Canariedad: * * Ni fu ni fa
Un fin de semana cualquiera peregrinamos al afamado valle de Agaete, en la isla de Gran Canaria la vieja Tamaran. Impresionante entorno que destaca por su especial microclima, riqueza natural y arqueológica, pintorescos caseríos y los impresionantes riscos del pinar de Tamadaba. De este valle tan mágico los campesinos producen un café muy especial, apreciado y caro, pero créannos, merece la pena. Agaete ya se encuentra muy lejos de ser aquel pueblito marinero lejano y recóndito donde el retocar de los bucios de los pescadores y de las señoras que vendían pescado por las calles es ya prácticamente inexistente. La política de tierra quemada de urbanizaciones masivas impulsada por el Consistorio local y la construcción del puerto y el barco que une a la isla con Tenerife, ha hecho de Agaete un enclave turístico más. Sin embargo, el valle sigue conservando cierta atmosfera “patria”, aunque no se corresponda con toda la gastronomía.
Caminando nos quedábamos embelesados al observar como la bruma del alisio atlántico acariciaba con mesura los blancuzcos riscales del imponente macizo de Tamadaba. Al llegar a San Pedro, caserío del Valle de Agaete, buscábamos ya un baretito digno del entorno, pero solo Aqqoran sabía que nos deparaba el destino para nuestro exigente paladar. Mientras me pasaba la mano por la frente para secarme las gotas del sudor vislumbré un restaurante llamado Casa Tino, que como veremos, hacía honor a su nombre.
Cuando entramos y nos sentamos veíamos una horda de chonis engullendo con ansias, lo cual nos dio a entender que quizás aquello no hubiera sido una buena opción. Las sospechas se fueron incrementando ya que había algo extraño en la atmosfera del local, al principio no lo identificaba pero mi séptimo sentido lo palpaba. Mientras las paredes lucían arados y otras herramientas tradicionales de las isleñas campiñas sonaba la radio. Pero no era Radio Faycán precisamente deleitándonos con los éxitos de Pepe Benavente o los mariachis gomeros propios de todo bareto mauril o mago. ¡No señor! Eran ni más ni menos que la emisora española de pop los Cuarenta Coloniales ¡uf! Es evidente que algo no encajaba. Pero ¿me estaría dejando llevar por mis prejuicios? ¿Estaría asociando irracionalmente la buena y patria gastronomía a un estereotipo preestablecido? Estaba pecando ¡oh mi cosmopolita país!, sentía que no cumplía con el sagrado mandamiento del buen canario de abrazar todo lo ajeno sin cuestionamiento alguno.
La camarera, muy amable ella, nos ofrecía comida muy canaria. Preferimos no apostar fuerte y pedir un enyesque de papas arrugadas y queso, y tomamos la decisión adecuada... La señora insistió en las bondades infinitas de su queso ahumado, ante lo cual no pudimos negarnos. Ante nosotros ya se podía apreciar un mojo un tanto rarito y unas papas arrugadas que ni fu ni fa, más bien tirando a fó. Al menos nos queda el queso, pensamos. Cuál fue nuestra regañisa cuando degustamos el super queso ahumado ¿saben ustedes el queso plato barato que compramos en Carrefour? pues peor. ¿Ha sido esto un intento de envenenamiento? No lo descartamos. Mientras chabascando fabricaba el bolo alimenticio, intentaba no saborearlo sin saber donde esconder la lengua. Ustedes no saben el gusto que daba hacerlo al ritmo de Enrique Iglesias y Estopa sonando en los Cuarenta. Al menos nos quedamos más tranquilos, nos sentíamos canarios de bien, tolerantes, modernos y abiertos. Nos olvidamos rápido de ello cuando pedimos la cuenta, no era un precio anti-crisis precisamente. ¡Sólo quedaba huir! Y ansina sacamos la conclusión de que Casa Tino, o mejor dicho Casa Timo, hacía honor a su denominación.